LA MASACRE DE LAS BANANERAS: «NO HA PASADO NADA, NI ESTÁ
PASANDO NI PASARÁ NUNCA»
Con cerca de 7 millones de habitantes en esa época,
nuestro país tenía cierto carácter de selva virgen, pululaban las haciendas
tradicionales de costumbres casi feudales, era país de minas de oro, platino,
carbón, sal, esmeraldas, inmensas plantaciones de café, banano, también tabaco
y formas de esclavitud en las zonas caucheras del Amazonas.
25 años habían pasado del “rapto de Panamá” –así lo
llamaban- y con la primera cuota de 5 millones, de 25 que pagaron a plazos por
ese territorio los EE.UU., más el alza del precio del café, más la Deuda
Externa contraída entonces y la violenta irrupción de capitales extranjeros,
los años 20 se convirtieron en la década de la aceleración de la industria y de
la iniciación de la infraestructura económica y física necesaria para el
desarrollo del incipiente capitalismo colombiano.
Así llegó la modernización a nuestro país, entonces
se conocieron las máquinas nuevas para la producción fabril que aceleraban la
industria y el trabajo manual de los artesanos, las trilladoras de café, las
máquinas de coser de pedal que usaron las abuelas, los molinos y por supuesto
todo lo eléctrico, a más de la mecánica automotriz, pues los carros reemplazaban
a los románticos coches tirados por caballos.
Fue un decenio clave y sobresaliente en el siglo
XX, no solo por la transformación que la tecnología de entonces obró en la vida
de las gentes sino por lo que significaron los 2 más grandes fenómenos sociales
de los primeros 50 años de ese siglo: el nacimiento de una clase obrera y la
incorporación de las mujeres al mercado laboral. Lo primero se dio por el
cambio de vida de millares de campesinos que dejaron de estar atados a las
haciendas como aparceros o arrendatarios y comenzaron a incorporarse
masivamente a las concentraciones obreras mediante un nuevo sistema de pago: el
salario. Legiones de trabajadores se incorporaban a deferentes frentes de
trabajo: 20 mil en ferrocarriles, más de 600 mil hombres y mujeres hacían
posible la exportación de café, otros millares en la construcción de canales,
cables aéreos, carreteras, adecuación de puertos, en fin……. Por su parte a las
mujeres, que en ese tiempo solo podían trabajar como maestras, enfermeras o
tegrafistas, las necesitaban ahora en los talleres de confección, las
textileras antioqueñas, las fábricas de fósforos, cerveza, tabaco y otras
recién abiertas. Además, comenzaban a conformarse ejércitos de secretarias para
las oficinas.
Para esa desproporcionada movilización el gobierno
expidió la ley de circulación, lo que permitió que masas enteras llegaran a
trabajar como obreros en los enclaves norteamericanos: la tropical Oil. Co, en
Barrancabermeja, explotaba el petróleo; la Frontino Goil Mines y la Choco Pacifico,
oro y platino y la famosa United Fruit Company, protagonista de la masacre de
los trabajadores al final del decenio, en la Zona bananera de Santa Marta.
La consecuencia natural de aquellas concentraciones
obreras fue la organización y el descubrimiento del poder de la huelga. Las
abismales diferencias sociales de riqueza y pobreza y la barbarie de un régimen
hegemónico con 42 años en el poder, que utilizó el destierro, la muerte y la
tortura para sus adversarios, cohesionó los distintos sectores sociales y a
mitad de la década se fundaba la primera Confederación Obrera Nacional y el
Partido Socialista Revolucionario, ambas instancias como resultado de un
proceso de organización y de experiencias de años.
Sus líderes nacionales, entre ellos Tomas Uribe Márquez,
Raúl Eduardo Mahecha y María Cano sintieron y enfrentaron su lucha en el fragor
de las grandes huelgas, la última de las cuales fue la de la Zona Bananera,
dirigida por los mas representativos Sixto Ospino, Adán Ortiz Salas, Aurelio
Rodríguez, José G. Russo, Erasmo Coronel, igualmente por mujeres como Josefa
Blanco, secretaria del sindicato de Orihueca, quien bajo su responsabilidad
tuvo a 100 obreros, con ellos vigilaba que no hubiera corte de racimos de
bananos y emboscó y redujo pequeños grupos de uniformados que luego llevaba al
comité de huelga para hacerlos reflexionar si era el caso, o sacarles
información o juzgarlos. Otra mujer olvidada fue Petrona Yance, la más
destacada de entre 800 mujeres que participaron en la Huelga.
El Presidente Abadía Méndez y su ministro de guerra
nombraron como comandante general a Carlos Cortes Vargas con exceso de
atribuciones. El fijó el 5 de diciembre como la fecha para negociar el pliego
de peticiones que contenía 9 puntos.
Los 25 mil huelguistas tenían a su favor la
simpatía de la población y del propio Alcalde, de los indígenas de la Sierra
Nevada, de los comerciantes y algunos ganaderos que les enviaban reses para su
manutención. Y algo inusitado, por lo contrario a las ideas generalizadas, fue
el hecho que muchos trabajadores norteamericanos se solidarizaron con ellos. Se
sabe, también, que hubo deserciones individuales y de grupo en el primer tiempo
de la huelga, reclutas que se negaron a disparar y otros que entregaron sus
armas a los obreros.
Se estimaron en 5000 los trabajadores que estaban
en la plaza cuando fueron rodeados por los 300 hombres armados. Contaban los
sobrevivientes que después de un toque de corneta el propio Cortes Vargas dio
la orden de fuego por 3 veces, sin embargo, nunca se supo cuántos muertos hubo:
las narraciones populares orales y escritas difieren: de 800 a 3 mil, y agregan
que los botaron al mar. Las oficiales admitieron de 15 a 20.
Aquel fue el “bautizo de fuego” de la clase
trabajadora colombiana. Vinieron los Consejos de Guerra, posteriores asesinatos
selectivos de otros líderes y cárceles para los dirigentes nacionales y
locales.
En defensa de los condenados salió el joven Abogado
Jorge Eliécer Gaitán, quien dejó para la historia colombiana una página
inolvidable que terminó con éxito pues absolvieron a todas las personas
acusadas.
La década de los 20 ha sido llamada con razón, la
época de oro revolucionaria de Colombia.
El
5 y 6 de diciembre de 1928, el Ejército colombiano asesinó a miles de mujeres,
hombres y niños en Ciénaga, Magdalena, en lo que se conoció como la masacre de
las bananeras. La matanza de los militares buscó proteger los intereses de la
multinacional United Fruit Company.
En la década de 1920, el
departamento del Magdalena, en el caribe colombiano fue el epicentro de la
producción bananera que lideró la multinacional United Fruit Company. Esta
multinacional controló el mercado del banano en varios países de centro América
y el Caribe.
La United Fruit Company se
apoderó de extensiones de tierras en la región para garantizar la producción de
banano. Igualmente, se aseguró de traer a miles de personas de diferentes
regiones del país para que trabajaran como obreros en las plantaciones
bananeras.
La historiadora Judith White
señala que a finales de los años veinte, en la economía a nivel global era
evidente la dominación de la United Fruit Company sobre el mercado
internacional del banano, sin embargo era desafiada por algunas compañías que
lograban reducir los costos de producción de la fruta. Para mantener su participación
en el mercado, esta multinacional buscó reducir los costos de producción. De
igual forma, en esos años era evidente que la zona bananera de Santa Marta,
dejó de ser económicamente competitiva: el banano colombiano pesaba menos que
los de Centroamérica, además los fletes desde Colombia hacia los Estados Unidos
eran mayores.
Por otra parte los movimientos
revolucionarios habían ganado importancia en amplias reivindicaciones de los
sectores populares, los cuales sufrían enormes condiciones de desigualdad y
miseria. Los trabajadores de esta multinacional estadounidense y sus familias
sufrían enfermedades, falta de acceso a la salud, hambre, carecían de acceso a
la educación entre otros derechos. La situación que sufrían y el clima de
luchas populares incentivó a los trabajadores a buscar organizarse para exigir
a la United Fruit Company mejores condiciones laborales. Tras organizarse los
trabajadores definieron unas reivindicaciones precisas y buscaron sentarse
dialogar con la United Fruit Company, a la cual le presentaron estas
reivindicaciones:
Estas sencillas exigencias fueron rechazadas
por las directivas de la empresa, las cuales se negaron a sentarse a dialogar
con los dirigentes obreros a los cuales desconocieron.
La United Fruit Company consideraba
las demandas de los trabajadores como una amenaza a su operación en Colombia.
Si los trabajadores las imponían, la compañía tendría que aumentar los salarios
y el precio de compra a los cultivadores colombianos. Por lo tanto, la United
Fruit Company se negó a negociar. La compañía argumentó que la huelga no podía
ser vista como un paro legítimo de trabajo, sino como una rebelión contra la autoridad
establecida, fomentada por agitadores extraños al conflicto.
Cuando la Unión Sindical
de Trabajadores del Magdalena escribió el pliego de peticiones, no solamente le
envió copias a la United Fruit Company, también al Presidente de la República,
al Congreso y al Ministerio de Industrias. Los trabajadores solicitaban al
Gobierno que admitiera la legalidad de sus demandas, y pidieron a la Oficina
General del Trabajo que mediara entre ellos y la United Fruit Company.
Sin embargo, el gobierno del
presidente Miguel Abadía Méndez buscó proteger los intereses de la United Fruit
Company, por lo cual encargó al General Carlos Cortés Vargas para que
destruyera la protesta iniciada por los trabajadores.
Tras varias protestas por
parte de los trabajadores y de continuas detenciones que realizaba el Ejército,
el General Carlos Cortés Vargas, el Gobierno y sobre todo la multinacional
United Fruit Company presionaron para que la huelga fuera finalizada a toda
costa. Incluso enviaron soldados de Antioquia, pues el general consideró que
los de la región no actuarían, pues tenían relaciones familiares y fraternales
con la gente de la región.
En la noche del 5 de
diciembre, el coronel se concentró en la plaza de Ciénaga con un contingente de
aproximadamente 300 soldados traídos de los departamentos de Antioquia y
Boyacá. Los manifestantes, quienes estaban preparándose para otra movilización
pacífica estaban seguros de que el Ejército no dispararía, por lo que nadie se
inmutó frente a las amenazas del militar. Cuando empezaron los disparos el
horror se apoderó de las personas en la plaza, mientras los nidos de
ametralladora disparaban indiscriminadamente contra los manifestantes.
No es preciso el número de
muertos que dejó la masacre. Después del seis de diciembre continuaron los días
de terror a manos del ejército colombiano. Según el general Cortés Vargas solo
hubo 9 muertos, el embajador norteamericano de la época admitió que la cifra
podía llegar a 1000 personas asesinadas, el dirigente Sindical Alberto
Castrillón aseguro que la cifra ascendía a 5000 muertos. Varios historiadores
coinciden en que la causa para que no se tenga claridad en la cifra radica en
el control a la información que hicieron los militares.
Se estimaron en 5000 los
trabajadores que estaban en la plaza cuando fueron rodeados por los 300 hombres
armados. Contaban los sobrevivientes que después de un toque de corneta el
propio Cortes Vargas dio la orden de fuego por 3 veces, sin embargo, nunca se
supo cuántos muertos hubo: las narraciones populares orales y escritas
difieren: de 800 a 3 mil, y agregan que los botaron al mar. Las oficiales
admitieron de 15 a 20.
Aquel fue el “bautizo de fuego” de la clase trabajadora
colombiana. Vinieron los Consejos de Guerra, posteriores asesinatos selectivos
de otros líderes y cárceles para los dirigentes
nacionales y locales.
Jorge
Eliecer Gaitán visitó la región y tras regresar a Bogotá, en el Congreso de la
República denunció la forma como el ejército colombiano por orden del Gobierno
asesinó a miles de mujeres, hombres y niños para proteger los intereses de la
United Fruit Company. El General Cortés Vargas, quien fue exonerado por estos
hechos explicó que decidió atacar a los manifestantes, para impedir que los
buques de guerra de los Estados Unidos invadieran el territorio colombiano para
proteger a la multinacional extranjera.
EXIGENCIAS
DE LOS TRABAJADORES
-Seguro
colectivo obligatorio
-Reparación
por accidentes de trabajo
-Habitaciones
higiénicas y descanso dominical
-Aumento
del 50% de los jornales mensuales de los empleados que ganaban menos de 100
pesos mensuales de la época
-Supresión
de los comisariatos
-Cesación
de préstamos por medio de vales
-Pago
semanal.
-Abolición
del sistema de contratistas
-Mejor
servicio del sistema hospitalario
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